Mi terapeuta me recomendó una vez que lo hiciera en situaciones de crisis para darme cuenta de que mi vida no era tan mala como yo creía.
Cosas negativas en mi vida
- He echado al traste una boda porque sentía bien poco por el hombre con el que quería casarme.
- Y mucho por el hombre que me había engañado con un florero de la talla 34.
- La última vez que yo me puse una talla 34 tenía trece años.
- Odio mi trabajo más que muchos palestinos a los judíos.
- No tengo perspectivas para cambiar de trabajo.
- Casi no tengo amigos.
- Seguro que medio Malente me odia por lo que le he hecho a Sven.
- Vuelvo a dormir en la habitación que tenía de niña.
- A los treinta y cuatro años.
- Está claro que Kata tiene razón: no he madurado de verdad.
No se me ocurrió nada más. Sólo diez puntos negativos. O sea, ni de lejos una docena. No estaba mal. Sin embargo, afectaban a todos los aspectos esenciales de mi vida: amor, trabajo, amigos, carácter.
Cosas positivas en mi vida
- Tengo una hermana como Kata.
Tardé muchísimo en dar con un segundo punto.
- No me puede pasar nada peor.
Entonces oí los jadeos de mi padre en su dormitorio. Y Swetlana gritó: —¡Oh, sí!
Taché el segundo punto de la lista.
Aclaración: Swetlana, nueva novia de mi padre 9 años menor que yo.
[ ... ]
En ese instante llamaron a la puerta.
—¿Quién es? —pregunté titubeando.
—Soy yo —contestó mi padre.
Lo último que necesitaba era discutir con mi padre; no tenía energía para hacerlo.
—Ha venido el carpintero y tiene que echarle un vistazo al tejado.
Miré el revoque del techo, aún tenía el sabor a mortero en la boca, y pensé: «El carpintero de las narices ya podría haber venido un día antes.»
—Tiene que pasar por la trampilla de tu habitación para subir al desván —gritó mi padre.
Yo tenía la cara llorosa y llena de polvo, y me sentía fatal. Nadie tenía que verme así. Pero, por otro lado, casi todo Malente se habría formado ya una mala opinión de mí; por lo tanto, qué más daba lo que pensara de mí el carpintero. Y si tenía que quedarme vegetando en esa habitación el resto de mi vida, sería mejor que el techo no se me viniera encima.
—¡Un momento! —contesté—. Tengo que vestirme.
—Marie, ¿vas a tardar mucho? —preguntó mi padre, impaciente.
Pensé con nerviosismo: la ropa de Kata tampoco me entraría, ni la de Swetlana, o sea que no hacía falta ni pedirlo.
—¡Marie! —insistió mi padre.
No me quedaba otra elección: volví a ponerme el vestido de novia. Con la cara llena de polvo, parecía un fantasma, sólo me faltaba llevar la cabeza debajo del brazo; de hecho, me sentía realmente como si me hubieran decapitado.
Abrí la puerta. Al verme, mi padre se quedó atónito un momento y luego dijo:
—Ya era hora.
Entonces le hizo señas a alguien para que pasara.
—Marie, te presento a Joshua. Ha tenido la amabilidad de venir a arreglar el tejado.
Entró un hombre de mediana estatura, vestido con tejanos, camisa y botas de ante. Tenía la tez morena, el pelo largo y ondulado, y llevaba una barba cuidada. Con los ojos llenos de polvo, en una fracción de segundo vi que se parecía un poco a uno de los Bee Gees.
David Safier.
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