lunes, 14 de febrero de 2011

Valentine's Day, Chapter 2.



—Joshua, ésta es mi hija, Marie —me presentó mi padre, y añadió—: Normalmente no se viste así.
Los ojos oscuros del carpintero eran de mirada grave, como si ya hubieran presenciado lo suyo. Ver aquellos ojos increíblemente dulces me trastocó.
—Buenos días, Marie —dijo con una maravillosa voz profunda, que me perturbó todavía más.
El carpintero me dio la mano para saludarme. Tenía un apretón de manos firme. Y por extraño que pareciera, aquel apretón de manos me causó una profunda sensación de amparo.
—Frblmf... —farfullé. No estaba en condiciones de decir nada razonable.
—Encantado de conocerte —dijo formalmente, ¡pero con qué voz!
—Frddlff —contesté.
—Voy a echarle un vistazo al tejado —explicó.
Y yo respondí con un «Brmmlf» de aprobación.
Me soltó la mano y, de repente, volví a sentirme muy insegura. Quería que volviera a estrechar mi mano. ¡Ya!

Pero Joshua abrió la trampilla con el guizque, bajó la escalerilla y trepó hacia arriba. Tenía una manera de moverse tan vigorosa como elegante, y me sorprendí mirándole el trasero. Cuando el carpintero desapareció por fin en el desván, pude volver a pensar con un poco más de claridad. Dejé que el fantástico trasero siguiera siendo un fantástico trasero, salí a toda prisa de la habitación...

[ ... ]

Tenía un carisma increíble. Y qué ojos, qué voz. Me jugaría lo que fuera a que, si se lo proponía, aquel carpintero sería capaz de conseguir que mucha gente se apasionara por una buena causa... Por ejemplo, por el aislamiento térmico.
¿Qué me había dicho? Que estaba encantado de conocerme. Eso había sonado sincero. Y no me había mirado los pechos como la mayoría de los hombres cuando dicen algo parecido.
Me había tuteado sin pedirme permiso. Pero a lo mejor era porque venía de algún país del sur. De Italia o alguna cosa por el estilo. A lo mejor tenía una casa en la Toscana, que él mismo había construido... con el torso desnudo.
Pero, ¿por qué había venido? ¿Tenía dificultades en su país? ¿Quizás problemas laborales?
Caray, no paraba de pensar en un hombre al que, hasta entonces, sólo le había gruñido unos cuantos sonidos.

[ ... ]

al pasar por delante de mi cuarto, oí a Joshua cantar en el desván. En un idioma extranjero. No era italiano. Con su voz profunda y realmente conmovedora. Claro que también me habría conmovido si hubiera cantado «¿De dónde llegáis a mí? Del país de Pitufín».
Joshua acababa de quitar una ventana que no cerraba herméticamente y la estaba dejando en el suelo. Parecía concentrado, pero muy relajado. Por lo visto, era de los que se olvidan de todo mientras trabajan.
Cuando me descubrió, dejó de cantar. Yo tenía curiosidad por saber qué canción cantaba y le pregunté:
—¿Qqqq cccinnn?
No podía continuar así. Desvié la mirada al suelo a toda prisa, me concentré y volví a la carga.
—¿Qué... estaba... cantando?
—Un salmo sobre la alegría del trabajo.
—Ah..., vale —contesté desconcertada. Yo raramente utilizaba las palabras «alegría» y «trabajo» juntas en una misma frase. Y la palabra «salmo», nunca.
—¿Y en qué idioma? —Ya era capaz de mirarlo y pronunciar una frase casi sin errores. El truco consistía en no mirarle a los ojos, profundos y oscuros.
—Hebreo —contestó.
—¿Es su lengua materna?
—Sí, soy de una región de la actual Palestina.
Palestina. No era tan atractiva como la Toscana. ¿Sería Joshua un refugiado?
—¿Por qué se fue? —le pregunté.
—Mi época allí tocó a su fin —respondió Joshua como quien ha aceptado plenamente el rumbo que toman las cosas.
Parecía en paz consigo mismo. Pero increíblemente serio. ¡Demasiado serio! Me pregunté qué tal sería ver reír de verdad a aquel hombre.
—¿Quiere cenar hoy conmigo? —pregunté.
Joshua se quedó asombrado. Pero no tan asombrado como yo por lo que acababa de decir. No hacía ni veinte horas que había plantado a Sven en el altar, ¿y ya quería salir con un tío sólo para verle reír?
—¿Cómo?
—Grdllllff —contesté.
Presa del pánico, pensé si no debería echar marcha atrás, pero me decanté por una huida hacia delante y por una tentativa, más bien deplorable, de ser ingeniosa.
—Seguro que hay algún salmo sobre la comida.
Me miró aún más asombrado. Dios, ¡aquello era penoso!
Nos quedamos callados y yo intenté leer en la cara del carpintero si quería quedar conmigo o me tomaba por una plasta que sabía tanto de salmos como de física experimental de partículas.
Pero su cara era imposible de leer, era tan diferente de todas las demás. Y no sólo por la barba.
Volví a mirar al suelo y ya estaba a punto de murmurar abochornada «Olvídelo», cuando respondió:
—Hay muchos salmos que hablan del pan y de los alimentos.
Levanté la vista hacia él y entonces dijo:
—Me encantaría cenar contigo, Marie.
Y me sonrió por primera vez. Fue tan sólo una ligera sonrisa. O sea, ni de lejos una risa. Pero fue realmente divina.
Con aquella sonrisa podría haberme vendido mucho más que aisladores térmicos.

(Continuará ...)

David Safier.

*●๋• Cαlouяiηhα ●๋•*●

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