Joshua y yo salimos del restaurante y caminamos un rato en silencio por la orilla del lago hacia el centro de la ciudad. Esa vez, el silencio no me molestó. Contemplaba con Joshua la puesta de sol. En el lago de Malente no era tan impresionante como en Formentera, pero sí lo bastante bonita para disfrutar de unos momentos fantásticos.
Joshua me desconcertaba: a veces quería huir de él, a veces sólo escuchar su voz, a veces notaba el irreprimible impulso de tocarlo. Y no tenía muy claro si él también sentía ese impulso. Considerándolo de manera objetiva, no me había dado ningún motivo para pensarlo. En ningún momento me había escaneado el cuerpo de arriba abajo ni había insinuado nada. ¿Por qué no? ¿Tan poco atractiva me encontraba? ¿No era lo bastante buena para él? ¿Qué se había creído? Siendo carpintero, ¡seguro que él tampoco era el objeto de deseo más valorado en el mercado de singles!
—¿Por qué me miras tan enfadada? —preguntó Joshua.
—Nada, nada —respondí avergonzada—. Es sólo que, a veces, pongo cara de amargada.
—Eso no es cierto —replicó—. Tienes una cara afable.
Lo dijo sin rastro de ironía. De hecho, estaba anacrónicamente falto de ironía. En ningún momento me había dado la sensación de que sus acciones o gestos parecieran artificiales, estudiados o efectistas. Seguramente creía que yo tenía una cara afable. ¿Era un cumplido? Al menos era mejor que el eterno «amo todos tus kilos» de Sven.
Sonreí. Joshua me devolvió la sonrisa. Y lo interpreté favorablemente como una insinuación.
* * *
Joshua me acompañó a casa de mi padre; yo iba contenta y un poco piripi. Hacía mucho que no bebía tanto vino como con aquel hombre (que, sorprendentemente, parecía la mar de sobrio; ¿estaba acostumbrado a beber o su metabolismo era mejor que el mío?). Seguramente, también había sido la velada más extraña que jamás había pasado con un hombre, si exceptuamos la ocasión en que, al encontrarnos en un hotel lleno en Formentera, Sven me dijo que no pasaba nada si compartíamos la habitación con su madre por una noche.
Joshua agradaba a la gente. Y a mí también me agradaba. Pero no estaba del todo segura de que eso fuera mutuo. ¿Me encontraba atractiva? Aún no me había mirado los pechos. ¿Era homosexual? Eso explicaría por qué era tan tierno.
—Ha sido una noche maravillosa —dijo Joshua con una sonrisa.
Oh, ¿sí que me encontraba atractiva?
—He comido, he cantado y, sobre todo, me he reído —explicó Joshua—. Hacía mucho que no había pasado una noche tan maravillosa en este mundo. Y tengo que agradecértelo a ti, Marie. ¡Gracias!
Me miró muy agradecido con sus fantásticos ojos. Casi podías creerte que hacía mucho que no se divertía tanto.
Si querías, también podías interpretarlo como una muestra de interés por mí. ¡Y yo quería! Si las piernas me hubieran temblado un poquito más, habrían bailado el charlestón.
* * *
—¿Quieres entrar un momento? —pregunté sin pensar, y enseguida me espanté: ¿mi maldito subconsciente quería irse a la cama con aquel hombre?
—¿Para qué? —preguntó Joshua, sin ninguna malicia.
No, no podía irme a la cama con él. Sería un error por muchos motivos: por Sven, por Sven y por Sven. Y también por Kata, a la que oiría durante años haciéndome comentarios sobre clavos.
—¿Marie?
—¿Sí?
—Te he hecho una pregunta.
—Sí, es verdad —confirmé.
—¿Y vas a contestarla?
—Claro.
Callamos.
—¿Marie?
—¿Sí?
—Ibas a contestarme.
—Ejem, ¿cuál era la pregunta?
—¿Por qué tengo que entrar? —repitió Joshua suavemente.
Al parecer, realmente no tenía ni idea. De locura. Era tan inocente. Eso aún lo hacía muchísimo más atractivo.
Pero, si no tenía ni idea de lo que yo quería de él, a lo mejor me resultaba fácil escurrir el bulto y librarme de cometer el siguiente error. O peor aún: de recibir calabazas.
Seguro que podía darle un giro al asunto sin problema. Lo único que tenía que evitar con mi cabeza entrompada era responder algo tan capcioso como «tomar un café».
—¿Qué quieres que hagamos? —preguntó de nuevo Joshua.
—Echar un clavo.
—¿Echar un clavo?
¡Maldito vino!
—Eh... quería decir echar un calvo.
—¿Un calvo?
—Sí —dije, y sonreí con una mueca.
—¿Y eso qué es?
Dios mío, ¿cómo iba yo a saberlo?
—Yo..., ejem..., quiero decir poner clavos..., arreglar el tejado —me apresuré a explicar.
—¿Quieres que nos pongamos a trabajar en el tejado?
—¡Sí! —contesté, contenta de haber conseguido dar el giro.
—Pero, a estas horas, despertaremos a tu padre y a tu hermana —señaló Joshua.
—Exacto, ¡y por eso lo dejaremos correr! —exclamé, un poco pasada de rosca.
Joshua me miró extrañado. Yo sonreí tímidamente.
—Bueno, pues entonces echaremos clavos mañana —dijo.
(Continuará ...)
David Safier.
●*●๋• Cαlouяiηhα ●๋•*●
↓ ¡Enrróllate! ¡Puntúa esta entrada aquí! ↓
No hay comentarios:
Publicar un comentario