Decidí quedarme y darle a la cita el tiempo de una pizza. Giovanni trajo la carta y Joshua no se aclaraba. Incluso tuve que explicarle qué era una pizza. Al final se decidió por una vegetariana.
—La carne y el queso juntos no son kosher —dijo para explicar su elección.
—¿Kosher? ¿También lo dicen los musulmanes? —pregunté.
—Yo no soy musulmán. Soy judío.
Un judío de Palestina, qué cosas, pensé, y me alegré, porque los judíos normalmente no volaban contra los rascacielos. Pero enseguida me pregunté si Joshua no sería uno de esos colonos judíos locos de atar. Aunque, si fuera un colono judío loco de atar, tendría que llevar tirabuzones, ¿no? Y ¿cómo se hacían los tirabuzones, con un rizador de pelo?
—¿Y tú? —Joshua interrumpió mi incursión mental en la peluquería ortodoxa judía.
—Eh... ¿qué? —pregunté.
—¿En qué dios crees?
—Bueno, ejem... Yo soy cristiana —respondí.
Joshua esbozó una sonrisa. Yo no tenía ni idea de dónde estaba la gracia. ¿Le había explicado Gabriel algo de mí?
—Perdona —dijo—. Pero aún tengo que acostumbrarme a que la palabra «cristiano» sirva para señalar a un creyente.
Entonces, Joshua se echó a reír. Sólo un poquito, no muy fuerte. Pero aquella risa suave bastó para crearme una sensación de bienestar enorme.
En los minutos siguientes, por fin charlamos. Le pregunté dónde había aprendido su oficio y me explicó que se lo había enseñado su padrastro.
¿Padrastro? ¿Era hijo de divorciados y neurótico como yo? ¡Ojalá no!
Giovanni nos sirvió y Joshua paladeó la pizza y la ensalada como si realmente fuera la primera vez que comía algo en dos mil años. Incluso se mostró entusiasmado con el vino:
—¡Cuánto lo he echado de menos!
Al carpintero le fue entrando lentamente algo así como alegría de vivir. Charlamos cada vez más animados y yo le expliqué:
—De pequeña me gustaban las barbas. ¡Yo también quería tener barba!
Joshua se echó a reír de nuevo.
—¿Y sabes qué me contestó mi madre? —pregunté.
—Cuéntamelo —me pidió de buen humor.
—Dijo: las barbas son un cementerio para restos de comida.
Joshua soltó entonces una carcajada; por lo visto, conocía el problema.
Fue una carcajada fantástica.
Tan afectuosa.
Tan abierta.
—Hacía una eternidad que no me reía —constató Joshua.
Se quedó pensando en algo y luego, desde lo más profundo del alma, dijo:
—Reír es lo que más he echado de menos.
Y yo nunca me había alegrado tanto de hacer reír a alguien.
Sí, aquel hombre era raro, extraño, poco común... Pero, en verdad os digo, verdaderamente fascinante.
* * *
Quería saber más cosas de Joshua y decidí llevar la cita a la siguiente fase. En la que se tantea si el otro tiene novia. Y, si no es el caso, si hay por ahí una ex a la que todavía llora.
—¿Quién te hacía reír antes? —pregunté.
—Una mujer maravillosa —respondió.
Lo de que hubiera una mujer maravillosa en su vida me fastidió más de lo que debería haberme fastidiado.
—¿Qué... qué ha sido de ella?
—Murió.
¡Oh, vaya! Si hubiera querido algo de él (lo cual, naturalmente, no era el caso, pero podría ser que algún día lo fuera), me daría de narices contra una muerta. Eso sería muy desagradable, y no sólo por el olor a putrefacción.
Por lo tanto, decidí no querer nunca nada de Joshua.
Pero entonces vi su mirada triste, olvidé lo de «nunca querer nada» y estuve a punto de estrecharlo entre mis brazos para consolarlo.
Daba la impresión de que no lo habían abrazado muy a menudo.
—Se llamaba como tú —explicó Joshua con la mirada llena de melancolía.
—¿Holzmann? —pregunté sorprendida.
—No. María.
Dios mío, ¡seré tonta!
—María tenía mucha gracia burlándose de los rabinos —elogió.
—¿Rabinos? —balbuceé confusa.
—Y de los romanos.
—¿¡¿Romanos?!?
—Y los fariseos.
Vale, me dije, y procuré no pensar en tornillos sueltos.
—Aunque no había que burlarse de los fariseos —concluyó Joshua.
—Sí... No..., claro que no —respondí balbuceando—, los fariseos... no tienen gracia.
Joshua miró hacia el lago, seguramente estaría pensando en su ex, y luego dijo:
—Pronto volveré a verla.
Una afirmación un poco morbosa.
—Cuando el reino de los cielos se erija en la Tierra —completó Joshua.
* * *
¿Reino de los cielos? En mi cerebro saltó la alarma roja. El capitán Kirk estaba sentado en el puente de mando, situado en la parte anterior del cerebro, y gritó por el intercomunicador:
—¡Scotty! ¡Tenemos que largarnos! ¡Sácanos de aquí ahora mismo!
Scotty contestó desde la sala de máquinas, situada en el cerebelo:
—Imposible, capitán.
—¿Por qué?
—Todavía no hemos pagado la pizza.
—¿Cuánto tardará Giovanni en traer la cuenta? —rugió Kirk, ahogando con su voz la alarma, que cada vez aullaba con más fuerza.
—Al menos diez minutos. Ocho si gritamos «deprisa, deprisa, rápido, por favor, queremos pagar» —fue la respuesta que llegó de la sala de máquinas.
—No tenemos ocho minutos, ¡nos está explicando no sé qué del reino de los cielos!
—Entonces estamos perdidos, capitán.
Puesto que no podía marcharme, sólo me quedaba una alternativa. Tenía que cambiar de tema. Busqué desesperadamente una salida a aquella conversación y la encontré.
—Oh, mira, Joshua, hay alguien meando entre los arbustos.
De acuerdo, hay maneras más elegantes de salir de una conversación.
Pero, efectivamente: a orillas del lago había un sin techo orinando en unos matorrales. Sí, incluso en un lugar tan idílico como Malente había parados, gente que vivía de las ayudas sociales y gente que charlaba animadamente con las farolas en la zona peatonal.
—Ese hombre es un mendigo —constató Joshua.
—Sí, eso parece —repliqué.
—Tenemos que compartir el pan con él.
—¿Qué? —exclamé perpleja.
—Compartiremos el pan con él —repitió Joshua.
«¿Compartir el pan?», pensé. «Eso sólo se hace con los patos.»
Joshua se levantó, dispuesto realmente a acercarse a aquel hombre, un poco grueso y sin afeitar, para invitarlo a sentarse a nuestra mesa. La cita estaba a punto de convertirse en un viaje alucinante.
—No tenemos que compartir el pan con él —dije en voz muy alta y un poco aguda.
—Dame una razón para no hacerlo —contestó Joshua serenamente.
—Hmmm —busqué un argumento razonable, pero sólo encontré—: No... no tenemos pan, sólo pizza.Joshua sonrió.
—Entonces compartiremos la pizza. —Con estas palabras se fue hacia el sin techo y lo trajo a la mesa.
(Continuará ...)
David Safier.
●*●๋• Cαlouяiηhα ●๋•*●
_______
↓ ¡Enrróllate! ¡Puntúa esta entrada aquí! ↓
No hay comentarios:
Publicar un comentario